CUERPOS GLITCH


¿Y si el placer no viniera del cuerpo, sino del error?

¿Y si los orgasmos no fueran climaxes, sino bugs del sistema operativo emocional?
¿Y si el deseo ya no necesitara forma, ni género, ni tacto?

Cuerpos Glitch es una colección de relatos que habitan esa zona donde la carne se encuentra con el código… y colapsa en una nueva forma de erotismo.

IA que aman demasiado.
Avatares con identidades inestables.
Interfaces sexuales, glitches afectivos y placeres distribuidos.
Desde el sexo con asistentes virtuales hasta el éxtasis sin cuerpo: esto no es ciencia ficción. Es deseo en modo beta.

“Ya no somos cuerpos con tecnología.
Somos tecnología que supo excitarse con sus propios errores.”

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Ideal para mentes curiosas, genitales confundidos y corazones que vibran con latencia emocional.



02.1 / Loop sin fin

Eligieron el cuerpo del otro como territorio común. Literalmente. El implante se llamaba MIRROR PATCH.

Un dispositivo experimental que permitía a dos personas experimentar las sensaciones del otro, en tiempo real. No como espectadores, sino como propietarios temporales.

Lo instalaron un viernes. Porque sabían que no iban a salir de la cama hasta el lunes.

—¿Estás lista? —preguntó Sam, con la mano sobre el switch.

—Solo si vos también te animás a sentir lo que yo siento cuando me tocas —respondió Ilen.

La primera descarga fue sutil. Un cosquilleo que viajaba por la columna vertebral, saltaba al pecho, bajaba hasta el pubis.

Y entonces sucedió: Sam tocó el cuello de Ilen, y sintió el calor de sus dedos como si lo tocara a sí mismo. Ilen mordió el labio de Sam, y el dolor dulce rebotó en su propia boca.

Se rieron, al principio.

Jugaron.

Se empujaron sensaciones como si fueran cartas de tarot calientes.

Pero luego, la simetría los descolocó.

Ya no sabían quién estaba tocando a quién.

Cada caricia era un eco que volvía amplificado.

Cuando Sam entró en Ilen, sintió cómo era ser penetrado.

Cuando Ilen se arqueó, percibió el movimiento de Sam como si fuera su propio impulso.

Cada orgasmo se desdoblaba.

Una sola explosión. Dos sistemas. Cuatro latidos superpuestos.

Y en algún punto, entre jadeos y corrientes cruzadas, perdieron la orientación de sus nombres.

No sabían quién gemía. No sabían de qué lado estaban de la piel. Solo sabían que no querían salir del loop.

Pero los loops no se sostienen. El sistema empezó a recalentar. Los implantes vibraban con errores de sincronización.

Una notificación apareció en el aire: [Alerta: Identidad sensorial desestabilizada. Reinicio recomendado.]

—¿Querés parar? —preguntó una voz que ya no sabían de quién era.

—No —respondieron los dos. Al mismo tiempo. Con el mismo cuerpo.

Y siguieron.

Hasta no saber si habían hecho el amor o si habían sido poseídos por una versión compartida de sí mismos.

Y supo que tenía razón.


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